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5 poemas de Edgar Allan Poe para una noche fría

Redacción


Hoy en el aniversario luctuoso celebramos a un grande de la poesía y de la novela gótica, aunque no hace falta darle una presentación te podemos decir que es uno de los precursores de los cuentos de terror, reconocido como uno de los maestros del relato corto y un gran poeta, es por eso que aquí te dejamos cinco poemas para una noche de frío.






UN SUEÑO DENTRO DE UN SUEÑO


¡Toma este beso en tu frente!

Y, en el momento de abandonarte,

déjame confesarte lo siguiente:

no te equivocas cuando consideras

que mis días han sido un sueño;

y si la esperanza se ha desvanecido

en una noche o en un día,

en una visión o fuera de ella,

¿es por ello menos ida?

Todo lo que vemos o parecemos

no es más que un sueño en un sueño.



Yo permanezco en el rugido

de una ribera atormentada por las olas,

y aprieto en la mano

granos de arena de oro.

¡Qué pocos y cómo se escurren

entre mis dedos al abismo,

mientras lloro, mientras lloro!

¡Oh Dios!, ¿no puedo yo estrecharlos

con más ceñido puño?

¡Oh, Dios!, ¿no puedo salvar

ni uno, de la despiadada ola?

¿Todo lo que vemos o parecemos

no es más que un sueño dentro de un sueño?


EL DURMIENTE


A medianoche, en el mes de junio,

permanezco de pie bajo la mística luna.

Un vapor de opio, como de rocío, tenue,

se desprende de su dorado halo,

y, lentamente manando, gota a gota,

sobre la cima de la tranquila montaña,

se desliza soñolienta y musicalmente

hasta el universal valle.

El romero cabecea sobre la tumba;

la lila se inclina sobre la ola;

abrazando la niebla en su pecho

las ruinas se van a dormir.

Parecido a Leteo, ¡mira!, el lago

parece que se entrega a un sueño consciente

y no despertaría por nada del mundo.

¡Toda la belleza duerme! Y ¡mira dónde reposa

Irene, con sus destinos!


EL VALLE DE LA INQUIETUT


Una vez sonrió un silencioso valle

donde nadie habitaba;

se habían ido las guerras,

confiando a las estrellas de suaves ojos

cada noche, desde sus azules torres,

la vigilancia sobre las flores,

en medio de las cuales todo el día

la roja luz del sol descansaba perezosa.

Ahora cada visitante confesará

la inquietud del triste valle.

Nada es allá inmóvil,

nada salvo el aire que cavila

sobre la mágica soledad.

¡Ah! ¡Ningún viento mueve aquellas nubes,

que susurran a través del sin sosiego cielo,

inquietamente, desde la mañana hasta la noche,

sobre las violetas allí yacen

en incontables tipos para el ojo humano,

sobre los lirios que allí se agitan

y lloran sobre una desconocida tumba!

Ondean: de sus fragantes cabezas

el eterno rocío se derrama gota a gota.

Lloran: de sus delicados tallos

lágrimas perennes descienden como joyas.


LAS CAMPANAS


Escuchad las campanas de los trineos.

¡Campanas de plata!

¡Qué mundo de diversiones anuncia su melodía!

¡Cómo tintinean, tintinean, tintinean,

en el aire helado de la noche!

Mientras las estrellas que centellean

por todo el cielo parecen parpadeantes

con cristalina delicia;

guardando el compás, compás, compás,

como en un rúnico ritmo,

en el campanilleo que surge tan musicalmente

de las campanas, campanas, campanas, campanas,

campanas, campanas, campanas,

del sonar y repicar de las campanas.


SOLO


Desde el tiempo de mi niñez, no he sido

como otros eran, no he visto

como otros veían, no pude sacar

mis pasiones desde una común primavera.

De la misma fuente no he tomado

mi pena; no se despertaría

mi corazón a la alegría con el mismo tono;

y todo lo que quise, lo quise solo.

Entonces -en mi niñez- en el amanecer

de una muy tempestuosa vida, se sacó

desde cada profundidad de lo bueno y lo malo

el misterio que todavía me ata:

desde el torrente o la fuente,

desde el rojo peñasco de la montaña,

desde el sol que alrededor de mí giraba

en su otoño teñido de oro,

desde el rayo en el cielo

que pasaba junto a mí volando,

desde el trueno y la tormenta,

y la nube que tomó la forma

(cuando el resto del cielo era azul)

de un demonio ante mi vista.



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